Notas del repórter (Diario de Navarra. 17-6-79).
El asombro del cadí y del derviche
(…) Anteayer, en la presentación (del disco), se habló de «El asombro de Damasco» uno de cuyos números pertenece al ritual sanferminero. Cuando el Ayuntamiento acompaña al Cabildo hasta la Catedral —según otros cuando los ediles solos vuelven a la Casa Consistorial— suena, el «Soy Alí Mon, soy el Cadí». El viernes se dijo que tal música se había introducido por la letra picante del cantable, dedicado intencionalmente a los canónigos.
«El asombro de Damasco» —libreto de Antonio Paso y Joaquín Abati y música-de Pablo Luna— es un buen ejemplo de la zarzuela arrevistada posterior a la Primera Guerra Mundial. Este año la han respuesto en Madrid, no sé si con «S» o sin S» Omar cae enfermo y Zobeida, su mujer, se acerca a Damasco, a ver si puede cobrar los mil denares de oro que les debe Ben Ibhen. Este, médico, se muestra de acuerdo en abonar la deuda y le pide que se quite el velo. Zobeidu es una beldad. Ben Ibhen, prendado, dice que pagará los denares, si Zobeida accede a pasar la noche en su trastienda. Zobeida, contrariada, aprovecha la presencia inesperada del cadí Alí Mon para pedirle justicia. Al cadí también le enciende la belleza de la reclamante y exige la póliza de los favores nocturnos para sentar su sentencia. Y el visir, al que Zobeida expone su demanda, adelanta el mismo sumario para entender en el caso. Todo se resuelve cuando Zobeida atrae a todos a una cena en la que un derviche, disfrazado de corsario, desnuda la falsedad de los sinvergüenzas poderosos y consigue los mil denares para la bella y preocupada esposa.
En la presentación se dijo que esta música se había hecho tradicional por la letra picante y la música salaz, como si el Ayuntamiento, avieso, se la dedicara al Cabildo. Pero la letra no es sicalíptica, y en el contexto de la obra resulta infatuada y palabrera, como suelen ser cadíes, visires y demás gente encaramada en el poder. Podemos imaginar otras razones. Tal vez los músicos quisieron ridiculizar a un alcalde de vara inflexible y de apariencia justiciera. Tal vez hubo un alcalde deseoso de hacer entender que él era el Alí Mon de la turba local, sin caer en la cuenta de la caricatura. Tal vez hubo un malintencionado que aprovechó el alimón festivo de Cabildo y Ayuntamiento para cantar Ahí va Alí Mon. Quizá, quizá, hubo un capitular malévolo que se ganó al músico mayor y consiguió que se tocara esa página para insinuar al poder civil que los derviches suelen ser más astutos y eficaces que los cadíes y visires. Acaso, como tantas veces, la música del año se introdujo en los Sanfermines y ahora nos rompemos las neuronas buscando ocultas razones en lo que no pasa de ser una casualidad (…)
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