viernes, 8 de julio de 2011

Feria del Toro. 08-07-11. David Mora sufre para triunfar en Pamplona con Cebada Gago




Ganadería. Seis toros de Cebada Gago, de mucha más cara que trapío, seriamente armados, de pobre empleo. El sexto fue el de más vida.

Francisco Marco, de verde botella y oro, silencio en los dos. 

Morenito de Aranda, de añil y oro, silencio en los dos. David Mora, de azul turquesa y oro, vuelta y una oreja.

David Mora, operado en la enfermería de una cornada menos grave en el gemelo derecho y de otra en la axila izquierda.

Barquerito. Pamplona.
La corrida de Cebada Gago fue un quebradero. Tres toros descarados, armados hasta los dientes, pero con más cara que propiamente trapío: fueron los tres últimos. Y, por delante, tres relativamente terciados por comparación. De las veintitantas corridas que Cebada ha echado en sanfermines ésta fue la de menos armonía. El colorado que nunca falta en la que sea y donde sea de Cebada fue un toro altísimo, de palas blancas y ligeramente cornipaso. Cebada tenía una especie de bula tácita para jugar en Pamplona los seis toros más bajos de la semana entera. Porque eran, por norma, los más astifinos también. No fue corrida ni bella ni brava ni buena: sueltos y hasta sin fijeza, las manos por delante, cabezazos defensivos, claudicaciones pero para revolverse enseguida aunque sin fuerza, acostones en los viajes por las dos manos, una escandalosa manera de dolerse en banderillas.

Pegaron muchos porrazos los toros: no solo el sexto, que atropelló, prendió y zarandeó a David Mora el pretender encunarse en una estocada imposible; más que ninguno, el segundo de corrida que le quitó literalmente de las manos el engaño a Morenito de Aranda, de manera que no fueron desarmes sino ganchos como de boxeo. Bastante parada, que es lo propio de las corridas que se defienden, ésta última de Cebada vino, en contraste retrospectivo, a encarecer el grueso de la de Torrestrella jugada en la víspera.

Un toro se salvó del naufragio casi sin paliativos y fue, justamente, ese último que pudo haber desgraciado a David Mora cuando, cegado por el arrojo o por la voluntad de amarrar un triunfo que valía su peso en oro, pretendió pasar el fielato con la espada sin jugar la mano izquierda que con la muleta obliga a descolgar al toro y abrirse. El choque fue frontal, David salió rebotado de la suerte y, cuando estaba a punto de caer, salió encunado por la espalda y lanzado de un pitón a otro. El quite de la cuadrilla fue célere, pero, además de la paliza, David se llevó de recuerdo una cornada en la axila.

A sangre y fuego, pero toreando bien. No en guiños al sol, distraído, ajeno o sordo, sino en atención al público de sombra, desde donde se jaleó una faena de notable unidad, templada, poderosa para tirar por delante y largo del toro, que vino enganchado siempre, y marcada por un signo clásico: la ligazón. Sin perder pasos, abriendo lo preciso al toro en el final de muletazo, tapado lo imprescindible, sueltos los brazos, David firmó tandas de hasta seis y el de pecho, se permitió la hombrada de adornarse en cambios de mano por delante, se dejó ir en clamorosos remates de pecho y dispuso de toro en los medios sin trampa ni cartón.

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