Llevo dos días tarareando una canción de Loquillo, sin parar.
Ayer por la mañana, al salir de casa, algo no cuadraba, sólo olía a mañana, a algún tubo de escape, y a madrugón. Pero ninguno de los olores característicos que acompañaban mi salida del portal de la Plaza de los Fueros, primer dato, estaba en Madrid.
Después, de vuelta en la M-30, fui por primera vez consciente de que mis sanfermines habían terminado. Ninguno de los coches que había a mi alrededor llevaba pillada la faja roja con la puerta, esa fue la señal inequívoca de que ya no estaba en Pamplona; pero esa sensación de confusión espacio temporal que se crea en sanfermines, esa que te produce leer el Diario de Navarra del día 11 el día 10, de no saber de si el encierro que ves a la mañana es el que acabas de ver en las fotos de portada, esa sensación de no saber muy bien si son las 3 o las 9 de la tarde, me seguía acompañando.
Me encontré dudando entre seguir siendo un correctísimo Miura y seguir pacientemente la dirección de coches que me embotellaba, o convertirme en un Cebada y empezar a derrotar para abrirme paso, aunque el todoterreno de la derecha me convenció de que no era oportuno.
15 de julio de 2008, otra vez en el punto de inicio de la cuenta atrás, de nuevo todo un año por delante esperando el día 6. Repasé despacio todos los momenticos vividos estos días, el almuerzo del 6 sin cobertura en el móvil, el Día del Marido Suelto en los toros con las peñas (con ese refrigerio bendito de refresco de naranja y un puntito de mejor no saber qué, y el ajoarriero del padre de María), el Día del Marido Atado en sombra el día que Clavelino no se quería ir, el rato con Patxi y Enrique Iglesias en El Roncales, la visitica al Santo el día de la procesión, el encierro en Estafeta con café y buenos amigos, la guiri que se metió “sola” a hacer el pino en un contenedor, los churros de Belagua, los castillos de tres alturas del pirotécnica Tomás y esas palmeras marrones infinitas…y paré. Voy a organizar los recuerdos por días, y los voy a distribuir por meses para conseguir que la cuesta arriba hasta el uno de enero sea más llevadera.
Consciente de que mi capacidad física va mermando con los años, y mis salidas se reducen, tengo que dosificar los recuerdos gratos, y así poder contarlos y disfrutarlos en los encuentros señalados que quedan este año. Las cenas de amigos por los cumpleaños de Dani, Ion, Víctor… y ya nos plantamos en el uno de enero, y a partir de ahí es todo cuesta abajo. Ya puedes empezar a hacer planes, reservas, a contar aquella vez hace diez años que pasó tal cosa, y en un plis, estamos en vísperas de nuevo… si es que no hay nada como tener ilusión.
Vuelvo a tararear a Loquillo, sí, hombre sí, esa canción que dice…:
“La Fiesta ha terminado…
Y tienes treinta…
treinta y tantos….”
Chup, chup, churu, chup, chup, chup…
Benditas fiestas en las que divertirse y renunciar a madurar es una opción real.
Chup, chup, churu, chup, chup, chup…
¡Pero qué bien escribe este mozo que nació para el almuercico de San Fermín!. Yo he de decir que con el fin de San Fermín me toca llenar el congelador con carne de toro y hacer unos buenos guisos. Cada año doblo la cantidad y en la mesa sigue durando el mismo tiempo. Espero, este año, compartirlo en cuadrilla con un buen vino, pero ya sabéis que habrá que esperar a diciembre. Cuando pienso en el toro se me hace la boca agua como al perro de Paulov y aunque no tome vino, más que una copita, a lo mejor me animo y empiezo a vaciar la nevera. Todo comenzó con una cena en el Boni, ¿se llamaba así?, un bar que está al principio de Monasterio de Irache y que su dueña hacía un estofado de toro para repetir una y mil veces.Y voy a acabar como los toreros ¡Va por la Boni!
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