La vida se da la vuelta en San Fermín. Foto: Jonan Basterra (2009). |
La ventaja de tener buenos amigos es
que, de vez en cuando, te ahorra trabajo y te ayuda a darle vida a
esta cita periódica con los Sanfermines. Fermín Mínguez, pamplonés
de pro desterrado en Madrid, es nacido en plenas fiestas. Ya en otras
ocasiones relató algunos de los Mitos y Leyendas de San Fermín (I y II) y
escribió su particular carta a los Reyes Magos. Ahora recuerda la ilusión de un 6 de julio.
Tengo la suerte de decir que he vivido
todos los días de San Fermín desde que nací, de hecho, nacer un 6
de julio además de dejar impronta, da cierta ventaja: desde que nací
sé lo que es Pamplona en sanfermines. Pero aparte de ese año, del
cual puedo dar pocas referencias, sí que recuerdo el primer año en
que pude vivirlos con conciencia, en solitario (bueno, con amigos),
mis primeros como profesional de la fiesta, vamos.
En tus primeros sanfermines juegan un
papel fundamental los que ya han estado, que te dan consejos
infalibles, impagables e inolvidables. Es la primera vez que escuchas
frases como “cósete la cartera al bolsillo” “las llaves
atadas por dentro” (esto duele….), “habla con todo el mundo”
(¿en Pamplona??????). No entiendes bien.
Luego están las madres, cuyos
infinitos consejos, benditas sean, se resumen en dos, sobre todo en
tu primer año: “come bien y haz base antes de salir”, y “no se
te ocurra correr el encierro”. Eso se resume que sales de casa
todos los días, todos, con la sensación de que te están cebando
para algún sacrificio extraño, y que cada vez que vuelves te han
visto caerte en Mercaderes cuando pasaba la manada. Porque, como bien
sabéis los corredores de encierro, una madre es el único ser capaz
de reconocerte entre 500 personas vestidas exactamente igual que tú
en una imagen que dura un segundo. Y si dice que te ha visto, te ha
visto. Y punto.
Era 1993, antes había estado en esos
veranos de aprender idiomas, a pesar de insistir en quedarme. Esos
veranos en que te decían “total, si no es para tanto, no te
pierdes nada”, claro. Nada. A las 11.55 del 6 de julio de 1993 ya
tenía claro que no iba a volver a faltar jamás.
Recuerdo perfectamente no pegar ojo el
día 5, el almuerzo del 6 y ver toda la ciudad de blanco. La primera
vez que ves Pamplona de blanco impacta, todo es blanco, (siempre hay
alguno con la camiseta del Athletic y vaqueros, pero de todo tiene
que haber…). Y recuerdo entrar en la calle Nueva, impoluto,
nervioso, bien comido, vestido como mejor encajaba, con una cartera
con cremallera cosida al fondo de un bolsillo, sin entender demasiado
por qué, y, de repente, todo empezó a cobrar sentido y a
desordenarse a la vez. Todo. Todo. Anudarme el pañuelo. Abrazarnos.
Y todo son flashes, rápidos. Pero indelebles.
Mucha más gente de la que jamás pude
imaginar en mi ciudad. Busca la cartera. Una peña, cantar a gritos
como si no hubiera más que decir. Un gorro blanco. Corear el nombre
de Induráin. Busca la cartera. Tomo lo mismo que tú. Excuse me,
can you help me?. Of course I can, and now is the time to thank my
summers learning English. Sorry?. Que sí, que te ayudo, guapa.
Induráin, Induráin, Induráin. Unas gafas azules. Felicidades!.
Dónde está la cartera. 4 boletos en la tómbola. Aceitunas para
merendar. San Nicolás. Los Portales. El Sombrero. Donibane. Oberena.
Soy minero. Oberena. Mi cartera. Oberena. Todaaay´s my birthday!!!,
have you seen my wallet. Piños. Un bocadillo, un colacao y un
pacharán para bajar. OOOOOooooooooh… Traca final. Uy, si la
cartera está atada aquí, mira que gracia. Estafeta. Un palo
luminoso. Induráin, Induráin, Induráin. ¿Y vosotros quién sois?.
Amigos de la guiri. ¿Todavía sigue aquí?. Un abanico. Una conga
por la Estafeta. Una espada de plástico. Algo caliente entre pan y
pan. Un cohete. ¿Ya?. El encierro en La Cepa. Piños. El Diario, 6
bollos y a casa. Llegan 4.
Dos horas de sueño. Ducha, como un
pincel y a la procesión de San Fermín. A las duras y a las maduras.
Como un clavo, aplaudiendo emocionado. Bromas de tus hermanos
mayores, y yo todavía asimilando el día anterior.
Sentado en la terraza de El Molino, con
gafas de sol, un frito de gamba y una clara recordé mi promesa de
las 11.55 del martes 6 de julio de 1993. No puedes volver a faltar un
6 de julio de Pamplona. 20 años después, algunas cicatrices más y
mucho pelo menos, la sigo cumpliendo.
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