Ganadería. Seis toros de Cebada Gago, de mucha más cara que trapío, seriamente armados, de pobre empleo. El sexto fue el de más vida.
Francisco Marco, de verde botella y oro, silencio
en los dos.
Morenito de Aranda, de añil y oro, silencio en los dos. David Mora,
de azul turquesa y oro, vuelta y una oreja.
David Mora, operado en la enfermería de una cornada menos
grave en el gemelo derecho y de otra en la axila izquierda.
Barquerito. Pamplona.
La corrida de Cebada Gago fue un quebradero. Tres toros
descarados, armados hasta los dientes, pero con más cara que propiamente
trapío: fueron los tres últimos. Y, por delante, tres relativamente terciados
por comparación. De las veintitantas corridas que Cebada ha echado en
sanfermines ésta fue la de menos armonía. El colorado que nunca falta en la que
sea y donde sea de Cebada fue un toro altísimo, de palas blancas y ligeramente
cornipaso. Cebada tenía una especie de bula tácita para jugar en Pamplona los
seis toros más bajos de la semana entera. Porque eran, por norma, los más
astifinos también. No fue corrida ni bella ni brava ni buena: sueltos y hasta
sin fijeza, las manos por delante, cabezazos defensivos, claudicaciones pero
para revolverse enseguida aunque sin fuerza, acostones en los viajes por las
dos manos, una escandalosa manera de dolerse en banderillas.
Un toro se salvó del naufragio casi sin paliativos y fue,
justamente, ese último que pudo haber desgraciado a David Mora cuando, cegado
por el arrojo o por la voluntad de amarrar un triunfo que valía su peso en oro,
pretendió pasar el fielato con la espada sin jugar la mano izquierda que con la
muleta obliga a descolgar al toro y abrirse. El choque fue frontal, David salió
rebotado de la suerte y, cuando estaba a punto de caer, salió encunado por la
espalda y lanzado de un pitón a otro. El quite de la cuadrilla fue célere,
pero, además de la paliza, David se llevó de recuerdo una cornada en la axila.
A sangre y fuego, pero toreando bien. No en guiños al sol,
distraído, ajeno o sordo, sino en atención al público de sombra, desde donde se
jaleó una faena de notable unidad, templada, poderosa para tirar por delante y
largo del toro, que vino enganchado siempre, y marcada por un signo clásico: la
ligazón. Sin perder pasos, abriendo lo preciso al toro en el final de muletazo,
tapado lo imprescindible, sueltos los brazos, David firmó tandas de hasta seis
y el de pecho, se permitió la hombrada de adornarse en cambios de mano por
delante, se dejó ir en clamorosos remates de pecho y dispuso de toro en los
medios sin trampa ni cartón.
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